sábado, 31 de diciembre de 2011

Y por penúltimo...

Se acaba el 2011. Me pasa un poco como al cumplir los diecisiete, que lo tomo con una naturalidad pasmosa. Tanto hablar del 2012 (que si se acaba el mundo, que si selectividad, que si los juegos olímpicos que no serán en Madrid) me ha hecho acostumbrarme a él. Y tengo ganas de que llegue.
La de cosas que ya sé que van a pasar en 366 días. Empezando por el día que hace sumar 366. Mi hermano cumple cinco años y lo va a celebrar por todo lo alto, pues ha estado esperándolo durante cuatro. Yo también quiero preparar algo especial por mis dieciocho (¡18!) pues llevo dos años seguidos sin cumplir en casa. Para entonces ya habré elegido carrera (y no habrá sido fácil, ni agradable).
Pero no creáis que este año que despedimos lo considero malo. De hecho, no considero malo ninguno de los que he vivido. Han pasado cosas estupendas y otras menos estupendas, como siempre.
Es el año en que ha nacido Sobri. Ya puedo mirar ropa de bebé sin sentirme idiota. Incluso comprar una chaquetita con orejas en la capucha y un lazo monísimo. He conseguido mi primer trabajo remunerado y se me da bien. He hecho parte del camino de Santiago. He recuperado viejas amistades. Me he vuelto más segura de mí misma. El 2011 me ha convertido en una persona más feliz. Estoy preparada para lo que viene ahora. ¿Y vosotros?

martes, 6 de diciembre de 2011

De frivolidades y culpabilidad

Este año me encanta la lluvia. Digo este año porque el pasado, no sé si lo recordaréis, me deprimía. Pues ya no. ¿La razón? Mis botas de agua.
Este verano me compré las primeras botas de agua de mi vida y estoy enamorada de ellas. Veo por la mañana que llueve (bueno, veo que el suelo está mojado y hay charcos) y soy feliz. Y me dura todo el día. Supongo que los niños sienten algo parecido. Yo he reunido en los tres días de precipitaciones la felicidad que deben de sentir los demás en toda una infancia con botas de agua.
Es bastante frívolo. Se supone que mi ánimo no debería depender de algo tan banal. Pero para mí esas botas son muy, muy importantes. Eso sí, si alguien me dijera que por cada día que no las llevara alguien desconocido encontraría un empleo (por decir algo de lo que estamos faltos ahora mismo) dejaría de llevarlas aún más encantada. Simplemente, no es así, y yo me permito este comportamiento. No permitírmelo no sirve para nada.