lunes, 5 de marzo de 2012

De corazón

Nota introductoria: en esta entrada explico uno de los momentos más intensos de mi vida. Tened en cuenta que hay muchísimas emociones implicadas. Si lo vais a leer, hacedlo con atención y empatía.

En Lo Pagán, Murcia, tienen lugar cada verano tres campamentos de niños con situaciones familiares complicadas. Algunos de esos niños están bajo tutela de la Región de Murcia y al cuidado de monjas de la misma congregación que las de mi antiguo colegio.
El primer año que fui como monitora viví diversas situaciones no muy agradables relacionadas con mi habilidad para hacer notar que era novata. En una de ellas aprendí lo que siempre te dicen sobre cualquier voluntariado: que lo que recibes es mucho más de lo que das.
Dos de esos niños bajo tutela, es decir, separados de sus padres, empezaron a discutir. Yo regañé a los dos y uno de ellos salió corriendo, enfadado, y se metió en la zona de la ducha, de fácil acceso pero oculta al resto del patio.
Su monitor habló con él y seguía sin querer salir. Yo fui a hablar con él y me di cuenta de que no estaba enfadado, sino triste. No me quería decir por qué. Entonces le dije que yo le iba a explicar razones por las que yo me sentía triste a veces y él me tenía que decir si era alguna o no. Aceptó.
Llegué a "cuando echo de menos a alguien". Era esa. Echaba de menos a sus padres.
Él lloraba. Yo lloraba. No sabía, de hecho no sé, por qué les habían quitado la custodia. Drogas, delitos, pobreza, no lo sé. Pero a pesar de los malos momentos que muy probablemente había pasado en su familia, el niño echaba de menos a sus padres. Llevaba probablemente meses sin verlos, y las visitas son cortas.
¿Os imagináis vivir esa situación con diez años? Mi pobre chiquitín. Qué fuerte él y todos los que, como él, pasan cada día con una sonrisa en la cara a pesar de todo.
Llorando todavía, le dije que, a veces, la vida no nos da aquello que queremos, que necesitamos, pero sí nos da otras cosas que debemos aprovechar. Me dijo que quería estar un ratito solo y después volvería con los demás.
Una o dos horas después, en la playa, se acercó a mí para decirme, sonriendo: "seño, ya se me está olvidando". Le sonreí, sin palabras.