lunes, 31 de diciembre de 2012

2012, what a year

2011 fue un año bueno, así sin más. Al menos esa sensación me dejó, y yo tomé el 2012 con muchas ganas. Intuición femenina, supongo.
Porque 2012 ha sido un año increíble, sensacional, fantabuloso. Lleno de cambios positivos, de experiencias inolvidables, de momentos trascendentales, de recuerdos preciosos. Diferente a los anteriores. El año en el que he cumplido 18. El año en el que me he ido con mis amigas del cole a la playa. El año en el que he hecho selectividad y he empezado la carrera, conociendo a gente fantástica con la que me queda mucho por compartir. El año en el que por fin, en el momento justo gracias a mi pesadez y a unas mal llamadas indirectas, ha llegado a mi vida alguien muy pero que muy especial.
Sobre todo, he aprendido mucho sobre mí misma y sobre cómo funcionan las cosas. Cada vez soy más sincera, más honesta con lo que siento y lo que quiero. No hay mayor prueba de ello que mi opción final por estudiar medicina. Tengo las cosas más claras y actúo en consecuencia.
Aunque lo de actuar es mi asignatura pendiente para 2013. He tenido muchísima suerte este año y he conseguido prácticamente todo lo que quería. Me toca trabajar para conservarlo, especialmente con la carrera.

sábado, 8 de septiembre de 2012

De Pa a Pe: la decisión

A mí me gusta mucho la comunicación. No solo hablar yo. Necesito mantenerme informada y conocer las historias completas. Sin medias tintas. Sin resúmenes. De pe a pa.
Le he dado la vuelta a la expresión para inaugurar una nueva sección en el blog (¡dicho así suena importante!). Con De Pa a Pe quiero contar mis andaduras en la carrera. Cómo yo, Paloma me convierto en lo que quiero ser, pediatra.
El primer paso es estudiar medicina. Sí, al final he entrado en medicina. ¿Por qué? No lo sé muy bien. Pero  dado que fue una decisión de última hora, puedo explicar con detalle cómo lo decidí.

El día que recibí mi nota de selectividad supe que sería suficiente para que me aceptaran en medicina, y por tanto también en enfermería. Yo quería entrar en enfermería, ¿no?
Recibí una llamada de mi tía. Mantuve con ella una conversación muy similar a otras tantas con mis padres. Coge medicina, es mejor para ti, la nota te da, lo harás muy bien. Al colgar me puse a llorar. Ya no tengo fuerzas, pensé. Estaba cansada, muy cansada, de negarme a hacer medicina. ¿Será porque quiero hacer medicina? ¿Y si hago medicina? ¿Es lo que yo quiero o simplemente me dejo convencer con facilidad hasta para elegir mi futuro? ¿No quiero tener que defender una y otra vez mi decisión de hacer enfermería porque en realidad no quiero hacer enfermería?
Otras dos llamadas me permitieron tomar la decisión. La primera, por skype, con Lucía y Marta. Lucía me calmó infinito con un consejo totalmente práctico y razonable: si te vas a equivocar de carrera y luego debes cambiar, tiene más sentido empezar medicina, más larga. No sería tan horrible si me estuviera equivocando, es cierto. De la otra conversación, con mi novio, recuerdo sobre todo sus preguntas. ¿Qué te dice tu cabeza? ¿Qué te dice tu corazón? Mi cabeza decía medicina, mi corazón estaba dividido pero se estaba abriendo a esa posibilidad cada vez más.
Se lo dije a mi hermana. Al día siguiente rellené la preinscripción sin decírselo a mis padres. Quería que fuera  una sorpresa hasta que me admitieran. No lo fue porque mi madre, que amenazó con impugnarla por ser yo menor todavía, me preguntó hasta que consiguió sonsacarme, y después hizo que se lo dijera a mi padre.

No he elegido el camino fácil, pero sí el que al parecer es el más lógico. Al parecer de todo el mundo, por cierto, que aquí cualquiera opina sobre tu vida tranquilamente. A mi vena rebelde le queda mi madre con su "ay, hija, te vas a volver gilipollas". Espero que no, pero si la predicción de mi querida progenitora se hace realidad, vosotros os enteraréis. Y, por favor, dadme una colleja si pasa.

martes, 4 de septiembre de 2012

Sin tiempo

Cada vez que entro en el blog recuerdo esa idea de escribir sobre la playa que tenía en el último post. Claro, de la playa hace ya casi tres meses y, a puntito como estamos de empezar la universidad, o empezándola unos cuantos futuros ingenieros, no procede.
También llegará un poco a deshora, pero sí quiero explicar en el blog por qué al final, después de dos años de negarlo con todas mis fuerzas, voy a empezar a estudiar medicina.
En realidad son muchas las cosas que me gustaría contar, porque este verano ha dado para mucho: otro campamento, una visita a Francia, unos días de turismo por Madrid que me han hecho enamorarme aún más de mi ciudad, un ordenador nuevo que me deja sin excusa para no escribir, los dieciocho... Pero no tengo tiempo.
No es que disponga de poco tiempo, porque ahora no he de dedicar nada al estudio ni a los voluntariados. Sin embargo, se me ocurren tantas cosas por hacer que no abarco. Quiero estar con diferentes grupos de amigos, preparar ciertos detalles para lo que ya no es la vuelta al cole, quedar con... bueno, ya sábeis con quién quiero yo quedar. Muchísimas ideas para hacer cuando no se me requiere para un tema mucho más importante. Y no llego a todo. Aun así, lo seguiré intentando. Si no, siempre nos quedará el whatsapp.

jueves, 21 de junio de 2012

Segundo de bachillerato

El curso más temido. La prueba de fuego. El último año antes de la desconocida, ansiada y últimamente desprestigiada universidad. El momento de elegir qué quieres hacer con tu vida y de comenzar a luchar por ello. La iniciación a un mundo de trámites burocráticos y nuevas responsabilidades.
He querido escribir esta entrada con las notas de selectividad sabidas. Al fin y al cabo es para lo que llevo trabajando todo el año. Para casi, casi, casi, por tres míseras centésimas, un 12'6, que sería un 9 sobre 10 de toda la vida. Esperemos que la revisión me sirva para subir el 12,597. Un pelín nada más. Por orgullo más que nada, porque no me hace falta para que me dé la media.
Pero no creáis que escribo después de tres meses para hablar de las notas. Todo lo contrario. No sé si estaréis de acuerdo conmigo, pero si tuviera que dar un consejo a todos los que van a hacer segundo es que no se olviden de que también es un curso más, un año más de tu vida, y no deberías dejar tu vida apartada. La situación ideal, que ningún estudiante cumple, sería integrar los estudios en ella. De verdad. Estudiar día a día.
Mi situación ha sido radicalmente diferente. Los lunes tenía dos voluntariados, el martes voluntariado y clases particulares, y de nuevo clases particulares el miércoles y el jueves. Los lunes salía después del otro voluntariado. El fin de semana dormía bastante y vagueaba otro poco.
¡Dios mío! ¿Cómo he conseguido la nota que he sacado? Menudo ejemplo. Supongo que siendo flexible, no yendo a voluntariado antes de exámenes, quedando con amigas a estudiar para que se hiciera más ameno...
En fin, me las he ido apañando sobre la marcha y me ha ido bien. Muy bien, podría decirse. En los estudios y en lo personal.
Sí, a pesar de ser un desastre total, de querer hacerlo todo, lo he conseguido. Sin renunciar apenas a nada. Es cierto que durante la semana anterior a la PAU he vivido por y para estudiar, perdiéndome una convivencia que me hacía una ilusión tremenda, pero poco más. A la vez que estudiaba temas de los que no me voy a acordar en mi vida me he viciado a twitter todo lo que he querido y más, he recuperado amistades maravillosas (benitas, guapetonas, no os imagináis lo feliz que me siento de teneros), me he ganado un dinerillo extra y hasta me he enamorado. Guardaré un recuerdo precioso de este curso. De las clases de química en mi casa hinchándonos a patatas. De las interminables conversaciones escritas en clase con Marata. De las prisas comiendo para llegar a San Juan de Dios. De mis niñas de grupos. De las tardes de party y el juego de los post-its, las cenas en el Mayor y las noches en el Moe's. Del 9,75 de CTM, conseguido sin apenas estudiar después de aguantar las malas notas de los exámenes del colegio que siempre superaba con un "no me he tenido que estar esforzando en física". De la playa. Oh, la playa (entrada a la vista sobre ese despiporre). De esas catequesis a las que me apunté por mi cuenta, porque yo soy así y no pensé en que me estaba lanzando a la aventura, en las que me tocó el mejor compañero posible. Sí, segundo de bachillerato ha sido un gran curso. De él me llevo la lección bien aprendida, pero desde luego no la de filosofía.

lunes, 5 de marzo de 2012

De corazón

Nota introductoria: en esta entrada explico uno de los momentos más intensos de mi vida. Tened en cuenta que hay muchísimas emociones implicadas. Si lo vais a leer, hacedlo con atención y empatía.

En Lo Pagán, Murcia, tienen lugar cada verano tres campamentos de niños con situaciones familiares complicadas. Algunos de esos niños están bajo tutela de la Región de Murcia y al cuidado de monjas de la misma congregación que las de mi antiguo colegio.
El primer año que fui como monitora viví diversas situaciones no muy agradables relacionadas con mi habilidad para hacer notar que era novata. En una de ellas aprendí lo que siempre te dicen sobre cualquier voluntariado: que lo que recibes es mucho más de lo que das.
Dos de esos niños bajo tutela, es decir, separados de sus padres, empezaron a discutir. Yo regañé a los dos y uno de ellos salió corriendo, enfadado, y se metió en la zona de la ducha, de fácil acceso pero oculta al resto del patio.
Su monitor habló con él y seguía sin querer salir. Yo fui a hablar con él y me di cuenta de que no estaba enfadado, sino triste. No me quería decir por qué. Entonces le dije que yo le iba a explicar razones por las que yo me sentía triste a veces y él me tenía que decir si era alguna o no. Aceptó.
Llegué a "cuando echo de menos a alguien". Era esa. Echaba de menos a sus padres.
Él lloraba. Yo lloraba. No sabía, de hecho no sé, por qué les habían quitado la custodia. Drogas, delitos, pobreza, no lo sé. Pero a pesar de los malos momentos que muy probablemente había pasado en su familia, el niño echaba de menos a sus padres. Llevaba probablemente meses sin verlos, y las visitas son cortas.
¿Os imagináis vivir esa situación con diez años? Mi pobre chiquitín. Qué fuerte él y todos los que, como él, pasan cada día con una sonrisa en la cara a pesar de todo.
Llorando todavía, le dije que, a veces, la vida no nos da aquello que queremos, que necesitamos, pero sí nos da otras cosas que debemos aprovechar. Me dijo que quería estar un ratito solo y después volvería con los demás.
Una o dos horas después, en la playa, se acercó a mí para decirme, sonriendo: "seño, ya se me está olvidando". Le sonreí, sin palabras.

domingo, 19 de febrero de 2012

Cuando se cuela el pesimismo

Soy bastante indecisa. Me cuesta horrores elegir. Eso, lamentablemente, no significa que después de sopesar pros y contras y analizar las diferentes opciones una y otra vez llegue a la mejor decisión. En la mayoría de ocasiones, la alternativa escogida me parece un error.
A la hora de pedir en un restaurante, este desafortunado aspecto de mi persona no tiene demasiadas consecuencias. Pero a la hora de escoger carrera, la cosa cambia.
Como yo, que llevo cambiando mis ilusiones de futuro cada año desde que tengo memoria. Solo diré que en tercero de la ESO estaba convencida de que lo mío eran ciencias sociales. Bueno, diré más. Me sonó estupendamente "ciencias políticas y de la administración".
No me he arrepentido en ningún momento de estar en biología (la excepción que confirma la regla). Pero con lo cambiante que soy, ¿me gustará la profesión que finalmente escoja durante toda mi vida?
He tenido que defender mi decisión de ser matrona con mucha, mucha fuerza. ¿Cómo voy a aguantar los momentos malos, que los habrá, si no estoy segura de que es lo que realmente quiero? ¿Me da por pensar que no es lo que realmente quiero por costumbre o porque verdaderamente debo replanteármelo?
Pienso en el tema y se me saltan las lágrimas. Literalmente. Temo por mi futuro, por mi felicidad. ¿Qué hago?

lunes, 6 de febrero de 2012

Lulú y Romerita

Érase una vez una alumna muy confiada de segundo de bachillerato que empezó con muchas ganas el curso. Creyéndose una persona totalmente cambiada en tres cortos meses, quería dejar atrás malos rollos, ser práctica y vivir lo mejor de cada momento.
A esta alumna (pongamos que se llama, por ejemplo, michimidue) le gustaban, y le gustan, las tradiciones divertidas, que sirven para recordar buenos momemtos y crear nuevos. Plasta y tenaz como ella sola, reunió a un grupo variopinto para comer en un restaurante el primer día de clase. Cinco chicas que, si bien se conocían, no tenían una relación muy estrecha. Pero las vivencias comunes unen, y hablando de los buenos y malos momentos de primero de bachillerato, dos de ellas llegaron a la conclusión de que deberían pasar más tiempo juntas, porque habían pasado un curso entero ignorándose mutuamente sin saber muy bien por qué.
Como michimidue soy yo, os contaré las consecuencias de esa decisión. Martus, Martusqui, Marata, no me he arrepentido ni por un segundo. Al contrario. Estoy contentísima, feliz. Doy gracias todos los días. Cada vez que nos hacemos bromas tontas. Cada vez que me esperas pacientemente. Cada vez que vienes a mi casa. Cada vez que pones una de tus caras graciosas, muy graciosas.
En primero me distancié de mucha gente del San José. No por nada en particular. Quizá porque, en el fondo, aunque no lo parezca, soy tímida y tengo mucho, pero que mucho miedo al rechazo.
Pero de rechazo nada de nada. Sois un amor. No solo tú, compañera de sitio, mi medio bocata, también Mo, y "Ma", y ¡Lulú! Parece mentira que te lo tenga que decir, que no te lo creas, cuando ya el año pasado te decía que me encantaba cuando salíamos juntas pero no era algo que hiciéramos a propósito.
Segundo de bachillerato se hace mucho más fácil con vosotras. El día a día, los viernes y la perspectiva de la playa. Durmamos donde durmamos, no faltéis.
Un abrazo muy muy grande lleno de todo mi amor empalagoso y absolutamente nada cortante para Lucía. Marta ya sabe cuándo se lo puedo dar.

miércoles, 18 de enero de 2012

Qué le voy a hacer...

... si con razón o sin razón, y aunque tú le des la vuelta, tengo el mismo corazón.
Es la letra de una canción que ahora mismo no recuerdo. Se me ha venido hoy a la cabeza como se me vienen tantas y tantas melodías mientras estoy practicando cualquier actividad que no requiera demasiada concentración. Y  me he dado cuenta de que tiene razón. ¿Qué le voy a hacer? Diré más, ¿es necesario hacer algo? ¿Hasta qué punto debemos controlar aquello que nos sale desde lo más profundo?
 Como persona impulsiva y expresiva, me he llevado muchos chascos y me he encontrado en situaciones muy incómodas por hablar, actuar o moverme sin pensar demasiado en las consecuencias. Muchas veces me lo he echado en cara y muchas personas me lo han echado en cara.
Pero cuando tengo que controlarme, es decir, que reprimirme, lo paso aún peor. Hacer el ridículo de vez en cuando compensa. ¿Qué le voy a hacer? Me resulta más fácil perder el sentido del ridículo que ganar el don de la oportunidad.