lunes, 21 de marzo de 2011

Equinoccio

Respondo a Manolito. La primavera, como prácticamente todo, tiene cosas buenas y cosas malas. Quizá las buenas son más conocidas: las flores, el buen tiempo, la alegría... Pero las desventajas están ahí, aunque haya quien quiera ocultarlas: las orugas, el polen, el tiempo (que a veces se vuelve loco), y las hormonas revolucionadas.
Yo no tengo una estación favorita, precisamente porque siempre tengo en cuenta las ventajas e inconvenientes de todas. Pero me sucede algo curioso con la primavera: precisamente cuando nace todo de nuevo, yo recuerdo el paso del tiempo, lo mucho que han cambiado las cosas. No solo porque se acaba algo que puede parecer a veces interminable (como este invierno, sin el gracejo de la nieve pero con un frío nada agradable), sino por... las margaritas.
Tranquilos, que no me he vuelto loca. Os explico. Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, no dejábamos una sola margarita en el césped. Bien las arrancábamos, bien las destrozábamos de tanto saltar y jugar en el jardín. Que las pobres flores sobrevivan, semana tras semana, significa que ya no somos niños, que ya no dedicamos todas nuestras energías a jugar al escondite junto al pino o al pañuelo usando una hoja de magnolio. Hemos crecido.

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